Agustín de Canterbury O.S.B. (¿Roma?, 13 de noviembre c.
534 - Canterbury, c. 604), considerado como el apóstol de Inglaterra, fue un
monje benedictino y primer arzobispo de Canterbury.
Se le considera uno de los padres de la Iglesia latina en
las islas británicas y además es venerado como santo por las Iglesias
católica, anglicana y ortodoxa.
Monje benedictino romano en el monasterio de San Andrés en
Roma. Fue enviado junto con cuarenta monjes por el papa Gregorio I el año 597
para evangelizar Inglaterra.
Antes que Agustín arribara a las costas de Inglaterra, ya
había habido en la isla una Iglesia floreciente. En los cuatro primeros siglos
fue la dominación romana la que facilitó la difusión del cristianismo.
Después, en el siglo V, los primitivos habitantes de la
isla, refugiados en las regiones occidentales de Gales y Cornualles mantuvieron
su fe, a pesar de las invasiones de anglos y sajones paganos, con la ayuda de
algunos obispos francos, como San Germán, quien les preservó de las herejías
pelagianas y les animó a la perseverancia.
En tiempos de
Agustín, existían restos de una antigua tradición cristiana e incluso el culto
a un mártir nativo, San Albano. Pero con las invasiones de los anglos y por las
luchas internas, la isla se encontraba sumida en el paganismo.
Cuenta la tradición, que recoge el Venerable Beda (Historia
Ecclesiastica, lib. 11, cap. 1), que Gregorio, antes de ser papa, concibió la
idea de ir a predicar a Inglaterra cuando vio en el mercado de Roma a unos
esclavos, jóvenes rubios, que más bien le parecieron ángeles que anglos, como
le dijeron que se llamaban, y le dio mucha pena saber que estas gentes eran
paganas.
Cuando Agustín se dirigía a su misión, al pasar por Francia,
sus compañeros sintieron un gran temor, pensando en las dificultades de su
cometido, y rogaron a Agustín que volviese a Roma y pidiera permiso a Gregorio
para no proseguir con la peligrosa labor que se les había encomendado. El papa
envió una carta con Agustín, en la que le nombraba abad y exhortaba a todos a
que se armasen de valor y acometieran su propósito con celo y confianza en el
Señor.
Agustín, junto con sus compañeros, llegó a las costas de
Kent, al sudeste de Inglaterra, uno de los siete reinos de la Heptarquía, y
mandó a los intérpretes francos que le acompañaban, para anunciar al rey de
aquellas tierras las buenas nuevas de salvación que les enviaba la Iglesia de
Roma. Su rey, Ethelberto de Kent (560-616), aunque pagano, le mostró su apoyo,
pues estaba favorablemente dispuesto hacia el cristianismo, llegando incluso a
convertirse (sería conocido posteriormente como San Adalberto de Egmond). El
hecho de que su mujer fuese una princesa merovingia y católica influyó sin
duda en este caluroso recibimiento. Poco después les permitió que se acomodaran
en la ciudad de Canterbury, la capital de sus dominios, dándoles libertad para
que predicasen su religión y proporcionándoles todo lo necesario para su
sustento.
Agustín y sus compañeros consiguieron pronto las primeras
conversiones. En los comienzos utilizaron una antigua iglesia de la época
romana a la que la reina solía acudir, pero después de la conversión del rey
empezaron a construir y reparar otras iglesias.
Por consejo de
Agustín, el rey, aunque favorecía a los que se convertían al cristianismo, no
obligó a nadie a que se bautizara.
Una vez establecidos de un modo definitivo en Canterbury, y
siguiendo las instrucciones recibidas del papa Gregorio, Agustín volvió a
Arlés, en el reino franco, para ser allí consagrado arzobispo de la nación
británica.
A su vuelta a Inglaterra, envió cartas a Roma con noticias
del éxito de su predicación y algunas preguntas sobre dificultades que habían
encontrado en su labor pastoral.
Beda (o.c., lib. I, cap. XXVII) las transcribe junto con las
contestaciones que recibió del papa. En ellas se aprecia el enfoque de Agustín
en cuestiones de liturgia, moral y disciplina. Gregorio le confirió la suprema
jurisdicción sobre todos los obispos de la isla, incluidos los de las
cristiandades bretonas, del oeste de Inglaterra, que por el odio profundo que
profesaban a los invasores anglosajones jamás habían intentado predicarles el
Evangelio.
El papa, junto con estas contestaciones, envió el palio y
más sacerdotes para que ayudaran a Agustín en su labor, los cuales llevaban
consigo ornamentos sagrados y para los
nuevos altares.
Con este refuerzo, se comenzó la evangelización del reino de
Essex. El rey, sobrino de Ethelberto, fue bautizado en 604. Se erigió la sede
episcopal de Londres y se nombró a Melitón su primer obispo. Antes, en 601,
habiendo llegado a sus oídos que el Señor había obrado muchos milagros por
medio de Agustín, Gregorio le escribió para que esto no fuera ocasión de
vanagloria, pero al mismo tiempo exhortó a Ethelberto para que siguiese siempre
los consejos de Agustín, el cual, con el apoyo real, comenzó la construcción de
la iglesia que después sería la catedral de Canterbury.
También con la ayuda de Ethelberto, Agustín intentó reunir a
los obispos britanos, refugiados en su mayor parte en las montañas de Gales, e
intentó que abandonasen sus peculiaridades litúrgicas disciplinarias,
contrarias a la práctica de la Iglesia católica.
Los obispos pidieron
tiempo para obtener el consentimiento de su pueblo, y que se celebrase un
sínodo al que pudieran acudir todos los obispos britanos. Según cuenta el
Venerable Beda (o.c., lib. II, cap. II), se presentaron siete obispos y un gran
número de monjes.
Agustín nombró obispos a dos de los sacerdotes que el papa
había mandado para ayudarle en su ministerio. Melitón fue el primer obispo de
Londres, donde edificó la catedral de San Pablo con la ayuda de Ethelberto.
Justo fue el primer obispo de Rochester. Después de la muerte de Agustín, otro
de ellos, Paulino, fue consagrado obispo de York. Antes de morir, Agustín
consagró a su sucesor, Lorenzo, para que no quedase la sede de Canterbury
vacante ni por una hora.
Hacia el 604, seguramente el mismo año en que murió
Gregorio, falleció Agustín. Fue enterrado primero en el pórtico de lo que hoy
es la catedral de Canterbury, pues esta no se había acabado, ni consagrado;
pero, más tarde, sus restos fueron trasladados con toda solemnidad a la entrada
norte de la Catedral. Sin embargo, durante la Reforma, su tumba fue destruida y
sus reliquias perdidas.
Según fuentes muy antiguas, que se remontan al mismo siglo
VII, su epitafio decía así:
Aquí yace el Señor Agustín, primer arzobispo de Canterbury,
quien habiendo sido enviado en un principio por Gregorio, obispo de Roma, y con
la ayuda de Dios respaldado por milagros, trajo al rey Ethelberto y a su nación
desde el culto de los ídolos a la fe de Cristo, y habiendo terminado los días
de su oficio en paz, murió el 26 de mayo en el reinado del mismo rey.

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